Ahora, pues, yo te ruego que des rehenes a mi señor, el rey de Asiria, y yo te daré dos mil caballos, si tú puedes dar jinetes para ellos (2 Reyes 18:23)
Senaquerib quería invadir Jerusalén y envió su ejército, comandado por Rabsaces, para tomar la ciudad. Era evidente que el ejército del rey de Asiria era muy superior al de Judá, pero aun así Rabsaces quería pelear y le hizo una oferta a Ezequías: le ofreció darle caballos para que Ezequías diera jinetes, quería ayudarlo, estimularlo a pelear. Rabsaces sabía que eso no ayudaría a Ezequías a ganar, era una trampa. Ezequías se habría sentido tentado a confiar en sí mismo y hacer el intento de pelear contra Rabsaces, pero no lo hizo.
Es una estrategia clásica del enemigo de engañarnos para que dejemos de confiar en Dios y confiemos en nosotros mismos. Fallamos constantemente y no nos damos cuenta que es porque estamos poniendo nuestra confianza en nosotros mismos. «La próxima vez estaré más preparado» y llega la siguiente vez y volvemos a caer. Si pensamos que podemos obtener ayuda del mundo para vencer la tentación estamos equivocados, las tenemos todas de perder. Solamente confiando en Dios podemos vencer al enemigo «porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4).
Nuevamente Pablo nos exhorta que «aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (1 Corintios 10:3-5).
Ninguna herramienta del mundo nos ayudará a vencer la tentación y al enemigo, solamente nuestra confianza en Dios nos podrá ayudar, recordando las palabras de Moisés al pueblo de Israel: «Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos» (Éxodo 14:14).
Miguel Mosquera
Foto en portada y texto: swords por Hans Splinter bajo la licencia CC BY-ND 2.0 (mod. 1018x460px)
