El Tabernáculo – 04 – La Fuente de Bronce

MiguelEl Tabernáculo4 Comments

Descripción del Tabernáculo - 08 - La Fuente de Bronce

La fuente de cobre es el segundo mueble, o estación, que encontramos al haber entrado por el portón, pero el último que encontramos al leer nuestra Biblia.

Es el único que no se describe; nada se dice en la Escritura acerca de su tamaño, forma o peso. Nada se dice de anillos ni varas. La lámpara, por ejemplo, se llevaba en un saco de pieles suspendido de un listón. Los otros muebles contaban con dos o cuatro anillos como partes íntegras de ellos, pero nada leemos de cubrir la fuente para la marcha. Una norma es que el silencio de la Escritura sigue en importancia al texto de la Escritura.

Se describen cinco vasos sagrados en Éxodo capítulos 25 al 27; se discurre sobre el sacerdocio en el 28 y el 29; y luego se presentan el atar de incienso y la fuente en el 30. Esta secuencia nos extraña. La fuente y el altar de incienso están asociados con la obra sacerdotal de Cristo, y posiblemente esta sea la razón para introducir el sacerdocio en Éxodo antes de hablar de los muebles correspondientes.

El silencio relativo en cuanto a la fuente enfatiza la doctrina detrás de ella y resta atención al mueble en sí. La sustancia, y no la forma, es el mensaje. Pero Dios nos ha dicho dónde se ubicaba este vaso, de qué material era y qué se hacía en, o ante él. Con esto deberíamos aprender mucho.

Otro punto de interés, tocando de paso un tema amplio, es que el tabernáculo contaba con una sola fuente mientras que el templo de Salomón iba a contar con diez. El templo milenario de Ezequiel no tendrá ninguna. En Apocalipsis no leemos de una fuente, sino de un mar de cristal. Es evidente, pues, que estamos a la puerta de un tema clave en la Palabra de Dios.

Posición y significado

La fuente se encontraba entre el altar de sacrificio y la puerta que daba al lugar santo. Los tres estaban en línea, y probablemente la fuente estaba equidistante de los otros dos. Doctrinalmente están estrechamente vinculados, siendo tres figuras del acercamiento del hombre a Dios. Veremos, por supuesto, que las siete estaciones del tabernáculo enseñan un progreso de doctrina.

El altar era para todos pero la fuente para sólo los sacerdotes. Un detalle que tenían en común era que no contaban con techo; todo lo que se hacía ante ellos estaba a la vista de Dios y de los hombres.

El altar habla de poseer la salvación y la fuente de experimentar la santificación; la mesa adentro habla de servicio; el arca y el propiciatorio, de la satisfacción. El atrio está asociado con los levitas, el lugar santo con los sacerdotes y el santísimo con el sumo sacerdote.

El altar contenía fuego y la fuente agua. La experiencia ante el altar era la de obtener la salvación, pero la de la fuente de mantener la comunión. El altar dice, “sin el derramamiento de sangre no se hace la remisión”; la fuente dice, “sin la santidad nadie verá al Señor”. Efesios 5.25,26 encierra estas verdades: (i) “Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”: el altar. (ii) “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra”; la fuente. Dicho de otra manera en Hebreos 10, (i) el altar de sacrificio es el título del creyente: “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecado”, 10.12. (ii) A la vez la fuente es la aceptación que goza el creyente: “Acerquémonos con corazón sincero … lavados los cuerpos con agua pura”, 10.22.

La fuente en sí se puede percibir como una figura de Cristo la Palabra Viva, y el agua de Cristo como la Palabra Escrita.

En síntesis, la ubicación de este vaso, entre el altar para sacrificio y el lugar santo, nos prepara para la lección que enseña. Sigue a la salvación y precede el servicio.

Componentes

“Harás también (i) una fuente de bronce, (ii) con su base de bronce”. Ocho veces leemos, “y/con su base”. O sea, había un plato hondo y otro un tanto llano. Nunca se menciona el uno sin el otro.

Parece que esta pila, o plato poco profundo, era esencial para la función de la fuente; Levítico 8.16 relata que Moisés ungió “la fuente y su base, para santificarlos” ─ los, no lo. Algunos sugieren que las dos partes estaban independientes la una de la otra, y ciertamente muchos grabados las muestran separadas, pero esto es por demás dudoso. Lo más probable es que eran como una tasa con su plato, pero unidos en una sola pieza, con el agua fluyendo de la fuente arriba a la base abajo y luego a la tierra. La idea sería que el sacerdote se lavara las manos en el recipiente superior y los pies en el inferior.

Propósito

“De ella se lavarán Aarón y sus hijos las manos y los pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran; y cuando se acerquen al altar para ministrar … lavarán las manos y los pies”, 30.19 al 21.

La limpieza era fundamental, y dos veces aquí se dice que la alternativa era la muerte. Cada sacerdote, cada vez que se presentaba para realizar sus funciones ante el altar de sacrificio o las estaciones en el lugar santo, tenía que lavarse. De otra manera, Aarón y sus hijos se quedaban descalificados para el servicio.

Dos vocablos en hebreo, kabas y rachets, se traducen como lavar. La primera es la más fuerte. La emplea David dos veces en el Salmo 51: “lávame más y más de mi maldad”, y “purifícame con hisopo, y seré limpio”. Jeremías la emplea al hablar de limpiar el corazón. De las dos palabras es la que más se encuentra en Levítico 13 al 17, y se refiere en primera instancia a lavarse la ropa. Rachets es bañarse o limpiar el cuerpo, y es ésta la que encontramos en Éxodo capítulos 29, 30 y 40, y en los primeros capítulos de Levítico. Es el término que David utiliza en el Salmo 26: “Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová”.

Sin embargo, lo que es de mayor importancia es que había dos lavamientos ceremoniales del cuerpo. Veamos el primero en Éxodo 29.4: “Llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua”. Esto se hacía al formalizar su sacerdocio, como parte de la ceremonia de consagración. Moisés efectuó el rito, lavando todo el cuerpo de cada varón.

Es una figura de la salvación. Fuimos lavados por Cristo al aceptarle, y podemos unirnos al cántico a “aquel que nos amó y nos lavó en su sangre”. William Cowper tenía esto en mente al escribir,

Hay una fuente sin igual
de sangre de Emanuel
en donde lava cada cual
las manchas que hay en él.

Pablo enseñó a los santos corintios, “Habéis sido lavados, ya habéis sido santificados … justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”.

Repetimos: Moisés realizó el lavamiento, lo hizo a la puerta y nadie lo repitió. Es una figura de nuestra salvación. Una vez en Cristo, en Cristo para siempre.

Ante la fuente, en cambio, los sacerdotes se lavaban a sí mismos y lo hacían a menudo. ¿Por qué? Porque sus manos y sus pies quedaban contaminados en las tareas del día. Aparte de lo que las manos tocaban los pies se ensuciaban (sin sandalias, no obstante la tradición que se oye). Ellos no podían servir a Dios sin limpiar estos miembros, pero nunca bañaban el cuerpo entero ante la fuente.

La fuente contenía agua ─ probablemente procedente de la roca golpeada ─ y la dispensaba conforme a la necesidad. Esta es la figura a la cual David se refirió en el Salmo 34: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón”.

El quehacer de los sacerdotes les contaminaba corporalmente y el nuestro lo hace espiritualmente. Juan capítulo 12 enseña sobre el altar de sacrificio: “Ahora es el juicio de este mundo … dando a entender [Jesús] de qué muerte iba a morir”, 12.31 al 33. El capítulo que sigue de inmediato enseña sobre la fuente: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies”, 13.5 al 10.

Material

La fuente con su base era de cobre, fundido de los espejos de las mujeres. No había madera en ella. En este mueble no hay nada que simbolice algo humano, ni siquiera la humanidad de nuestro Señor. La fuente no habla de Emanuel, con nosotros Dios, ni del Hijo de Hombre en juicio sobre los impíos. Este no es Jesús de Nazaret en su andar humilde entre hombres. La fuente es una figura de Cristo la Palabra.

¿Cómo cuadra esto con el cobre como figura del juicio? La fuente sí habla de juicio: no el juicio de Dios sobre el pecado en la cruz, sino el juicio sobre el pecado en el creyente por la Palabra. El metal puro y bruñido había hecho ver a las mujeres su apariencia; la Palabra de Dios hace ver al creyente su condición espiritual.

No basta sólo ver en el espejo; debemos aplicar el agua de la Palabra. “Si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1.23 al 25).

El fariseo en Lucas 18 no quería ver lo que el espejo ha podido mostrarle. Fue al templo y fingió, pero no llegó a ver su suciedad. Pablo, en Filipenses 3, es un gran contraste. Si la norma hubiera sido los antecedentes religiosos y culturales, él habría podido confiar en la carne. Pero no era, ni es. Pablo quería ser encontrado en Cristo, sin justicia propia, por medio de la fe que es de Cristo. Obsérvese: no la fe en Cristo, sino la justicia que es de Dios por fe.

Medidas

Ya nos hemos dado cuenta de que no se informa el tamaño ni la forma de este mueble, y que no contenía material que sugiera la humanidad del Señor. El silencio en cuanto a las medidas concuerda con lo que la fuente representa.

Hay en la Palabra de Dios provisión sin límite para atender a la condición espiritual del pueblo suyo. Es llamativa la afirmación de Salmo 138: “Has engrandecido tu nombre, y tu palabra sobre todas las cosas”.

Dios no nos da su Espíritu por medida. Él emplea la Palabra para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón. Todas las iglesias sabrán que Él es quien escudriña la mente y el corazón, y dará a cada uno según su obra. Apocalipsis 2.23, Jeremías 17.10

Nuevo Testamento

Leemos en el Nuevo Testamento de lavar los pies, pero no así las manos. El lavamiento de los pies no es doctrina, sino una figura. Bajo el rito mosaico, los sacrificios ensuciaban las manos de los sacerdotes. Sucedía continuamente, porque la sangre de los toros y machos cabríos nunca podía quitar el pecado. En la economía nuestra no hay los tales sacrificios porque la ofrenda única de nuestro Salvador quitó el pecado una vez por todas. Sin embargo, el hijo de Dios anda todavía en este mundo, y por consiguiente es patente la figura de los pies lavados.

Juan capítulo 13 es, por supuesto, el pasaje que viene a la mente. “Si no te lavare”, explicó nuestro Señor y Maestro a Pedro, “no tendrás parte conmigo”. Y: “Debéis lavar los pies los unos de los otros”. Dijo, “no tendréis parte conmigo”, refiriéndose a la comunión; no en mí”, que hubiera sido una referencia a la salvación. Como cosa práctica, no podemos entrar más allá de la puerta y la cortina en servicio y adoración si no hemos conocido el lavamiento diario.

Resuena primeramente para el pueblo de Dios la gran declaración de Juan: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”. La orden en 1 Corintios 11 es: “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa”.

Algunas traducciones de 1 Corintios 6.11 [p.ej., Biblia Textual y Versión Hispana Americana] dicen “os lavasteis” en vez de “habéis sido lavados”. Si la traducción es procedente, aquellas almas una vez sucias se lavaron en la Palabra de Dios. Mientras estemos aquí, precisamos de aquello de lo cual la fuente es figura. En la eternidad no habrá fuente, sino contemplaremos un río puro de agua de vida.

Héctor Alves

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4 Comments on “El Tabernáculo – 04 – La Fuente de Bronce”

  1. Gracias hermano Héctor por recordar la inmensa gracia de nuestro Dios para su pueblo y la humanidad.

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