De la victoria a la vergüenza

MiguelBuscando a Dios

El 25 de julio de 1999 termina el Tour de Francia, en París, luego de 20 etapas y 3.870Km de recorrido. Es emotivo ver subir al podio a aquel hombre que hace unos años había sostenido una lucha contra el cáncer y ahora era premiado como ganador del Tour de Francia. Ese fue el comienzo de la escala a la gloria de uno de los deportistas más famosos del ciclismo, Lance Armstrong. Logró la hazaña de ganar siete Tour de Francia seguidos (hasta el 2005), algo sin precedente. Cada año que pasaba ganaba más renombre. Era indiscutible la resistencia, velocidad y constancia de Armstrong. ¡Era el mejor! Pero cerca de los últimos años de su carrera deportiva surgieron rumores de que Armstrong utilizaba sustancias prohibidas en el deporte, para aumentar su resistencia, cosa que él negó rotundamente. Las acusaciones cesaron, por un tiempo.

En el año 2005 anuncia su retiro, en la cúspide de su carrera, para dedicarse a su Fundación contra el cáncer. En relación a las acusaciones en su contra dijo: «No tengo de qué preocuparme. Estoy bien». Con frecuencia he conversado con personas que, al escuchar el evangelio y la necesidad de salvación, dicen que están bien, porque han llevado una buena vida sin incurrir en ningún delito importante. Solemos darle mucha importancia a todas nuestras cualidades y buenas obras, que se nos pasa por alto el impacto que tienen nuestros pecados en nuestro destino eterno. «Dios debe considerar mis buenas obras» dicen con frecuencia, pero Dios es claro en decirnos: «ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él» (Romanos 3:20).

A pesar de su retiro las investigaciones contra el dopaje de Armstrong habían continuado, y en octubre de 2012 la USADA presenta nuevamente un informe de más de mil páginas revelando testimonios de 26 personas, entre ellas 11 excompañeros, y acusándole de utilizar el sistema más sofisticado, profesionalizado y exitoso de dopaje que el deporte jamás ha visto. El 22 de octubre la Unión Ciclista Internacional hace efectiva la sanción contra Armstrong y le despoja de todos sus títulos obtenidos desde 1998, incluyendo los siete Tour de Francia. En una entrevista Armstrong confiesa haber usado todas estas sustancias para mejorar su rendimiento y poder obtener la victoria. El diario ABC de España escribió lo siguiente: «Nunca en la historia del deporte una confesión de uno de sus campeones resultó tan desgarradora, contundente y brutal». Lance Armstrong pasó de la victoria a la vergüenza, cuando se revelaron sus secretos. En su entrevista dijo: «Lo veo como una gran mentira que repetí muchas veces».

Armstrong tenía un secreto que guardó por mucho tiempo. Había hecho mal, pero nadie lo sabía. Ganó mucho, pero lo perdió todo. Se sentía confiado, pero fue descubierto. A Dios no podemos ocultarle nada, «no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (Hebreos 4:13). Dios conoce nuestros corazones y, aunque es posible que podamos mostrar muchas buenas obras, Dios no puede evitar ver nuestras malas obras y sentirse ofendido por nuestro pecado. Lo que merecemos es el castigo eterno. Dios, en cambio, vio la vida perfecta de su Hijo, Jesucristo, y quedó satisfecho. Cristo nunca hizo pecado y, aun en lo secreto, agradó a Dios. Pero siendo sin pecado fue voluntariamente a la cruz y castigado por Dios por nuestros pecados; sufrió en nuestro lugar. Nuestros pecados nos acusan y demandan castigo, pero Cristo murió por nosotros para limpiarnos de nuestros pecados: «y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» 1 Juan 1:7. Humíllate delante de Dios, arrepiéntete y acepta la obra de Cristo en la cruz como suficiente para perdonar tus pecados, y serás salvo.

Miguel Mosquera