Corazón entendido

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Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?1 Reyes 3:9

Salomón era un hombre joven cuando comenzó a reinar por lo que él estaba deseoso de obtener la ayuda de Dios para una tarea tan grande. Subía a Gabaón para ofrecer sacrificios y allí ofrecía mil sacrificios a Dios. ¿Por qué tantos? Comprendía su necesidad de pasar tiempo en la presencia de Dios porque comprendía su gran necesidad de Él.

Es por eso por lo que Dios se le aparece con un mensaje: “pide lo que quieras que yo te dé”. ¡Cuánto quisiéramos tener ese mismo privilegio que tuvo Salomón que Dios nos conceda lo que pidamos! Ahora, ¿no tenemos nosotros también esta promesa? Cristo dijo: “todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14:13). El problema es que muchas veces “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3). En nuestras oraciones somos egoístas y no estamos alineados con la voluntad y los deseos de Dios.

Salomón estaba consciente de sus propias limitaciones. Reconocía que la tarea que tenía por delante de juzgar al pueblo escogido de Dios era una gran responsabilidad. Es una obra de Dios y, por lo tanto, hay que hacerla bien. Los intereses divinos son prioridad para Salomón así que su petición fue hecha en función a esto: “da, pues, a tu siervo corazón entendido”. Dios no iba a dejar a su siervo carente de lo más necesario. Dios le dio una responsabilidad y le daría la capacidad para llevarla a cabo.

Debe haber el deseo en nuestros corazones de que los intereses de Dios sean la prioridad por lo que nuestras oraciones deben ser dirigidas en base a la voluntad de Dios. En medio de tantas complejidades con las que nos enfrentamos día a día, que tengamos deseo de pedir a Dios un corazón entendido para saber su voluntad. Porque “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17).

Más prudente hazme, más sabio en Él,
más firme en su causa, más fuerte y más fiel,
más recto en la vida, más triste al pecar,
más humilde hijo, más pronto en amar.

Miguel Mosquera

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