José, figura de Cristo – Enviado

MiguelDevocionalesLeave a Comment

Y dijo Israel a José: Tus hermanos apacientan las ovejas en Siquem: ven, y te enviaré a ellos. Y él respondió: Heme aquíGénesis 37:13

Para José el valle de Hebrón debió ser un lugar muy especial. Era el lugar de la casa de su padre, allí disfrutaba de la relación que tenía con su padre, de su presencia y su protección. Era allí donde José vestía una túnica de muchos colores que le distinguía.

José no solamente se destacaba por ser el hijo amado de su padre, sino también por su obediencia y sujeción a su padre. La violencia de Simeón y Leví (Génesis 34) había hecho a Jacob «abominable» frente a los pueblos de alrededor. Génesis 35 nos habla de Rubén, el primogénito de Jacob, teniendo relaciones con Bilha, la concubina de su padre. Tal fue la ofensa que le costó la primogenitura a Rubén. Génesis 37 nos cuenta de la «mala fama» de los hijos de Bilha y Zilpa. En Génesis 38 vemos a Judá apartándose de sus hermanos. Vemos que los hermanos de José no estaban cumpliendo con el mandamiento de «honra a tu padre y a tu madre», sino que más bien por su actitud y sus acciones estaban trayendo deshonra al nombre de Jacob. ¿Están tu actitud y tus acciones trayendo honra a tu Padre celestial? Jacob llama a José para enviarle a sus hermanos, tiene que dejar este lugar tan especial, el valle de Hebrón, para ir lejos a ver a sus hermanos quienes han hecho evidente que le aborrecen. Sin embargo, José no vacila en estar dispuesto a hacer la voluntad de su padre, así que su respuesta es: «Heme aquí».

¿Están tu actitud y tus acciones trayendo honra a tu Padre celestial?
El Señor Jesús dejó un lugar mucho más especial e importante que el valle de Hebrón, dejó las glorias celestiales para venir a este mundo vil y hostil. José no sabía lo que le iba a ocurrir, pero Cristo estaba completamente consciente del sacrificio que iba a consumar en la cruz. El Señor Jesucristo al narrar la parábola de los labradores malvados, dijo: «Por último, teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió también a ellos» (Marcos 12:6). Cristo vino a este mundo en obediencia al Padre, Él se deleita en hacer la voluntad del Padre. Sería rechazado, entregado en manos de pecadores, azotado y crucificado, y todo esto lo sabía con anticipación, pero «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8).

No hay un mayor ejemplo de obediencia que el del Señor. Si bien su obediencia le costó el rechazo de su nación, fue de olor grato a Dios. ¿Cómo es nuestra obediencia? Que «como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir» (1 Pedro 1:14-15), y que, como los creyentes en Roma, puedan decir de nosotros «vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos (Romanos 16:19).

Miguel Mosquera

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *