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¿Por qué los judíos y samaritanos no se trataban entre sí?

En los evangelios se hace evidente la enemistad que había entre judíos y samaritanos, y en Juan 4:9, la mujer samaritana lo dice directamente: “judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Juan 4:9). Tal era la enemistad que ella se sorprende de que el Señor Jesús, siendo judío, siquiera le pida agua.

Tal era esta enemistad que los judíos evitaban a toda costa el pasar por territorio samaritano si necesitaban dirigirse hacia Galilea. En lugar de ir por el camino más directo hacia el norte, se desviaban hacia el Jordán y cruzaban el río para encaminarse hacia el norte y luego cruzaban el río nuevamente para llegar a Galilea (posiblemente de allí viene el lenguaje del Señor Jesucristo al relatar la parábola del Buen Samaritano y decir que tanto el sacerdote como el levita pasaron “por el otro lado”, NBLA). De igual manera, el rechazo era mutuo, porque los samaritanos no les gustaba que judíos cruzaran su territorio, lo cual explica el por qué el Señor fue rechazado al tratar de ir por Samaria (Lucas 9:51-53).

Ahora, ¿a qué se debía esta enemistad? Veamos un poco el contexto histórico.

El Reino del Norte

Es necesario trasladarnos al Antiguo Testamento para conocer sobre la historia de Israel. Después del reinado de Salomón, el reino de Israel se dividió en dos: el reino del norte, mejor conocido como el reino de Israel; y el reino del sur, mejor conocido como el reino de Judá.

El primer rey del norte fue Jeroboam, quien hizo lo malo ante los ojos de Dios. Jeroboam tenía el temor de que sus ciudadanos se reconciliaran con Judá debido a que el templo estaba en Jerusalén. Para evitar esto edificó dos altares, uno en Bet-el y otro en Dan, y esto fue causa de pecado e idolatría en el pueblo, la cual persistió hasta el tiempo de la cautividad. Todos los reyes del norte, del reino de Israel, hicieron lo malo delante de Dios.

Samaria

Uno de los reyes de Israel fue Omri. Se dice de él: “Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, e hizo peor que todos los que habían reinado antes de él” (1 Reyes 16:25). Este fue el rey que edificó Samaria y la hizo capital del reino: “Omri compró a Semer el monte de Samaria por dos talentos de plata, y edificó en el monte; y llamó el nombre de la ciudad que edificó, Samaria” (1 Reyes 16:24).

El hijo de Omri fue Acab, otro rey perverso en Israel entregado por completo a la idolatría. De Acab se nos dice que “hizo altar a Baal, en el templo de Baal que él edificó en Samaria” (1 Reyes 16:32).

Ahora, apenas estamos mencionando los comienzos de esta ciudad Samaria con el fin de ver la progresiva idolatría bien arraigada, con el fin de entender mejor lo que vamos a explicar ahora.

La mezcla con otras naciones

Debido al pecado de Israel Dios los entregó al rey de Asiria quien conquistó Samaria y llevó cautivo parte del pueblo que habitaba en la región (2 Reyes 17:5-6).

Luego de llevar cautivo a una parte del pueblo, el rey de Asiria trajo “gente de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de Israel” (2 Reyes 17:24). Estas personas no eran del pueblo de Israel y tampoco conocían ni respetaban al Dios de Israel. Como ya hemos visto anteriormente, el declive espiritual del pueblo de Israel hizo que estas naciones hicieran que la idolatría aumentara.

El rey de Asiria envió sacerdotes que enseñaran a este pueblo a temer a Jehová, así que fueron instruidos en la ley de Moisés. Esto no vino a ser otra cosa que un conocimiento teórico sobre Dios, pero nunca hubo en ellos una verdadera conversión ni arrepentimiento, así que lo que hicieron fue seguir a Dios y seguir también con sus ídolos: “Así temieron a Jehová aquellas gentes, y al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos; y también sus hijos y sus nietos, según como hicieron sus padres, así hacen hasta hoy” (2 Reyes 17:41).

Aunque el pueblo de Israel que había quedado en la tierra al tiempo de la cautividad se mezcló con estas gentes paganas (algo que Dios había ordenado explícitamente que no hicieran, Deuteronomio 7:1-4), el contexto de 2 Reyes 17, Esdras y Nehemías nos hace entender que los samaritanos eran mayormente población extranjera.

La enemistad manifiesta en los tiempos de Esdras y Nehemías

Estas personas se sentían propietarios de la tierra de Samaria, la cual había sido dada al pueblo de Israel por heredad. Cuando Zorobabel regresa de la cautividad para reconstruir el templo, dice que “vinieron a Zorobabel y a los jefes de las casas paternas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a Él ofrecemos sacrificios desde los días de Esar-hadón rey de Asiria, que nos hizo venir aquí” (Esdras 4:2).

Zorobabel y los demás de Judá no accedieron a la oferta, ya que sabía que ellos no eran parte del pueblo de Israel. De hecho, en el v.1 son llamados “los enemigos de Judá y de Benjamín”. Esto hizo que los samaritanos se ofendieran grandemente y buscaran muchas maneras de detener la obra de la reconstrucción del templo, intimidando y amenazando al pueblo de Dios.

Lo mismo hicieron en los tiempos de Nehemías cuando éste quiso reconstruir los muros de Jerusalén (Nehemías 4:1-3). Las palabras de Sanbalat hacen ver que los samaritanos no se consideraban a sí mismos judíos: “habló delante de sus hermanos y del ejército de Samaria, y dijo: “¿Qué hacen estos débiles judíos?” De la misma manera, los judíos no consideraban a esta nueva población de samaria como parte del pueblo de Dios.

La confusión espiritual en Samaria

Además de que las naciones paganas trajeron sus dioses los cuales adoraron junto al Dios de Israel, la idolatría que estaba tan arraigada en los samaritanos los llevó a un desvío y confusión total sobre la verdadera adoración.

El diccionario bíblico Vila-Escuain comenta que posiblemente fue Sanbalat quien construyó un templo en el monte Gerizim. Este Sanbalat es el mencionado en el libro de Nehemías como uno de los que se opusieron a la reconstrucción de los muros. Este templo lo tomaron como el verdadero templo y lugar donde Dios debía ser adorado (aunque también adoraban otros dioses falsos). En los tiempos de Antíoco Epífanes los samaritanos se desligaron completamente de los judíos para ganar el favor del malvado monarca, y consagraron el templo en Gerizim a Júpiter, ‘defensor de los extranjeros’. Años más tarde Juan Hircano con su ejército tomó Siquem y el monte Gerizim y destruyó ese templo.

Sin embargo, esta mezcla religiosa entre los samaritanos persistió con el tiempo hasta los días del Señor Jesucristo. Es a esto a lo que la mujer samaritana hace referencia cuando dice: “nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Juan 4:20). El Señor Jesucristo le hace ver la confusión que ellos tienen y también le aclara que la salvación viene de los judíos: “Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22).

La compasión del Salvador

En los tiempos del Señor Jesucristo la enemistad había llegado a ser tan grande que usar el término ‘samaritano’ para referirse a otro judío representaba un insulto muy fuerte. Esta ofensa la usaron con el Señor tratando de buscar una respuesta violenta de parte de Él: “Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?” (Juan 8:48). No podía haber un insulto más severo que llamar a alguien ‘samaritano endemoniado’. El Señor respondió con su característica mansedumbre y firmeza: “Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis” (v.49).

El Señor muy sabiamente usó a un samaritano en su parábola quien fue el único que se acercó a aquel hombre moribundo (Lucas 10:33). Los mismos discípulos Jacobo y Juan no podían evitar dejarse llevar por ese mismo rechazo cuando dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Lucas 9:54).

A pesar del rechazo que había entre judíos y samaritanos podemos notar la compasión del Señor cuando se dice que “le era necesario pasar por Samaria” para hablar con una mujer cuya vida mostraba un gran desorden y que tampoco estaba buscando la verdad, pero su encuentro con el Señor cambió sus tinieblas en luz.

A esta mujer Cristo hace ver quién es ella, su pecado y la insatisfacción en su vida. A esta mujer Cristo se revela al declararle quién es Él: “Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4:25-26). ¿No es este el enfoque mismo del mensaje del evangelio, mostrarnos nuestra culpabilidad y pecado y señalarnos a Cristo como el Salvador del mundo?

El evangelio llegó a Samaria, no solamente por el testimonio de esta mujer, sino años más tarde por el evangelista Felipe (Hechos 8). Esto evidencia el amor de Dios igualmente hacia los samaritanos y que Dios no hace acepción de personas, sino que “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3).

Miguel Mosquera

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