La lengua

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Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!Santiago 3:5

El mundo en que vivimos defiende mucho la libertad de expresión, aunque tristemente desata los peligros de la lengua. No es algo de ahora, sino que prevalecía mucho en los primeros días de la iglesia, por lo que no es de casualidad que Santiago dedique un capítulo entero (de una corta epístola de 5 capítulos) para tratar el tema de la lengua.

Santiago habla sobre el peligro de expresar vana sabiduría. Exhorta a los hermanos: “no os hagáis maestros muchos de vosotros” (Santiago 3:1). Hoy todo el mundo es experto. A través de las redes sociales o internet se expresan opiniones, hechos y argumentos, la mayoría de las veces sin ningún conocimiento ni fundamento. Esto también se ve entre creyentes. El apóstol los describe como quienes quieren “ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (1 Timoteo 1:7).

También está el peligro del descontrol de la lengua: “Ningún hombre puede domar la lengua” (Santiago 3:8). Bien dijo alguien que los seres humanos pasamos uno o dos años aprendiendo a hablar, y el resto de la vida aprendiendo a callar. Salomón dijo que hay “tiempo de callar, y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7), pero una vez que la lengua comienza a moverse pareciera que no puede pararse, y ¡cuánto daño hace una lengua sin control!

Otro peligro es la inconsistencia en el hablar: “de una misma boca proceden bendición y maldición” (Santiago 3:10). Santiago dice que la bendición es para Dios y la maldición es para los hombres. El escritor con cariño nos exhorta: “Hermanos míos, esto no debe ser así”.

Tengamos cuidado con nuestra lengua; sigamos el ejemplo del Señor Jesucristo: “La gracia se derramó en tus labios” (Salmo 45:2).

Que mi tiempo todo esté
consagrado a tu loor;
que mis labios al hablar,
hablen sólo de tu amor.

Miguel Mosquera

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