Consejos para Cristianos en Crisis: Me enojo

MiguelVida CristianaLeave a Comment

Cuando nuestras computadoras se dañan, nuestras citas son reprogramadas o cuando personas meten la pata, somos propensos a la ira. Pero que nos causen molestias no es una razón moral para volverse furioso. Podemos quedar atascados en un tráfico interminable, pero protestar no se justifica porque no hay ningún código moral que esté siendo violado. Las molestias y problemas son amorales, pero nuestra reacción carnal hacia ellos, incluyendo el enojo injustificado, son inmorales.

Es un problema universal. Todos batallamos con el enojo. Sin embargo, cada vez que me enojo, el Señor nos reprende, de la manera que lo hizo con Caín: «¿Por qué te has enojado y por qué ha decaído tu semblante?» (Génesis 4:6 RVR 1995). En otras palabras, «¿Tienes el derecho moral de enojarte? ¿Es tu reacción apropiada?». Si fallamos en contestar estas preguntas apropiadamente, entonces, como Caín, podemos estar enfrentando la posibilidad de relaciones rotas y oportunidades perdidas que nos pueden perseguir por el resto de nuestras vidas (Génesis 4:13). Un enojo sin control y sin fundamento puede restringir seriamente nuestra participación en la familia, la asamblea y en el trabajo o la escuela.

La Palabra de Dios nos dice, «Si se enojan, no pequen» (Efesios 4:26 DHH). Este versículo nos manda a enojarnos justamente mientras que prohíbe el enojo injustificado. El enojo justo fluye del conocimiento de Dios y del amor por Su santidad. Tal enojo bueno es constructivo y controlado, y siempre busca la bendición de otros y honrar a Dios.

Aplicado Apropiadamente

Nuestra capacidad para el enojo tiene su raíz en el hecho de que somos hechos a la imagen y semejanza de Dios. El enojo es una emoción moral dada por Dios, algo bueno para edificar en nuestra naturaleza humana. Debemos reflejar la indignación de Dios hacia la injusticia. Somos llamados a amar lo que Cristo ama y a aborrecer lo que Cristo aborrece (Hebreos 1:9). Debemos sentirnos motivados a intervenir decisivamente y constructivamente, cuando presenciamos a otros intentando violar los límites morales que Dios ha definido.

Si nuestros hijos hablan con desdén a nuestro cónyuge y respondemos con una seria pero controlada reprensión, estamos siendo claros que el irrespeto está mal y debemos confrontarlo con firmeza. Enojo piadoso expresa amor tanto para nuestros cónyuges como para nuestros hijos. Ayuda a nuestros hijos a entender el significado de su pecado y les enseña cómo responder al pecado de otro. Dentro de la esfera de nuestra responsabilidad, el expresar enojo piadoso es la única respuesta apropiada a lo que de verdad está moralmente mal.

Omitido Pecaminosamente

Quizás los corintios no pensaban que la mundanalidad, la inmoralidad y la falta de enseñanza clara en las Escrituras dentro de la asamblea podía afectarles a ellos o a sus familias, así que se mantenían a una distancia segura y no hacían nada. Pablo les recordó que «un poco de levadura leuda toda la masa» (1 Corintios 5:6). Les advirtió que su concepto mundano de tolerancia les llevaría a la insensibilidad, ceguera espiritual y la aceptación de otros pecados. Cuando ellos actuaron con enojo piadoso, sin embargo, Pablo elogió a los corintios, diciendo «Esto mismo de que hayáis sido entristecidos según Dios, ¡qué preocupación produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo y qué vindicación!» (2 Corintios 7:11 RVR 1995). El hombre que había pecado fue liberado de su pecado, restaurado al Señor y la asamblea fue preservada de la espiral descendente de la indulgencia hacia el pecado.

Torcido Incuestionablemente

Hostil e hiriente, el enojo pecaminoso se siente justamente autorizado para ser frío, peligrosamente explosivo o egoísta. Tal ira orgullosa ataca a personas más que sus problemas y busca afrentar más que ayudar. El enojo pecaminoso está en el centro de todos nuestros conflictos interpersonales y nos aísla unos de otros.

Nuestra naturaleza pecaminosa siempre está dispuesta a distorsionar lo bueno y lo malo, y torcer el enojo legítimo para satisfacer su propio sentimiento de justicia; devolver «mal por mal», dolor por dolor, insulto por insulto (1 Pedro 3:9). Aunque muy pocos de nosotros admitirán que hemos pecado al enojarnos, nuestras actitudes y acciones nos exponen. Esto incluye hostilidad directa, evasión pasiva o agresiva, falta de amor y chisme, lo cual incluye compartir los pecados y fallas de nuestros enemigos para que otros piensen menos de ellos. Aun cuando no se pronuncian palabras, la mente enojada almacena resentimiento por lo que ha sido dicho o hecho, y produce escenarios imaginarios de retribución sobre lo que debió ser dicho en el momento e incluso complots para humillar en el futuro.

Empleado Decepcionantemente

Aun cuando puede ser que algo que queremos es bueno, si estamos dispuestos a desatar alguna forma de enojo pecaminoso para obtenerlo, Santiago dice que somos de «doble ánimo» y no estamos sirviendo al Dios vivo, sino que estamos sirviendo a nuestro propio ego. Es solamente mediante buenos métodos que podemos conseguir los buenos deseos que queremos para nuestros matrimonios, familias y asambleas. La táctica de que «el fin justifica los medios», para usar los pecados de la carne, como la ira, a fin de forzar los resultados deseados es usurpar el control soberano de Dios. Es en este punto que Dios nos enfrenta para decirnos por su Palabra, «tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?» (Santiago 4:12). «Uno solo es el dador de la ley» (Santiago 4:12). Básicamente, necesitamos arrepentirnos y reestablecer la norma de Dios en nuestros corazones, para ser buenos al momento de enojarnos.

Combinado Humildemente
Solamente la gracia de Dios puede transformarnos a la imagen de Cristo
Cuando Jonás le dijo al Señor «yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia» (Jonás 4:2), él estaba reconociendo que Dios podía refrenar su ira hacia Nínive y ofrecerles, más bien, misericordia y amor. Un enojo misericordioso es cuidadoso. Aunque aborrece lo malo, es «grande en misericordia». Antes de acercarse al ofensor, se detiene pacientemente en la presencia del Señor y perdona al ofensor de corazón, buscando evitar resentimiento y arrogancia (Mateo 18:35). Tiene control, no contraataca como una víctima agredida, demandando una disculpa o infligiendo el mismo tipo de pena que ha recibido.

Un buen enojo entiende que, aunque una reconciliación completa y justa requiere de arrepentimiento y restitución (Lucas 17:3-4), este comportamiento puede que nunca ocurra. Siempre confronta el pecado de manera constructiva, hace lo que puede y luego se extingue antes que el sol se ponga (Efesios 4:26). Aún más, procura sacar lo mejor de cualquier situación y ofrece al ofensor el perdón, dejando el asunto del arrepentimiento y la restitución con Dios. Escoge amar a sus enemigos y hacerles bien. Hace todo esto porque cree firmemente que «en cuanto a Dios, perfecto es su camino» (Salmo 18:35) y Él tendrá la última palabra.

Al enfrentar las desilusiones y frustraciones del día a día, o largos sufrimientos que puede que nunca sean resueltos, solamente la gracia de Dios puede transformarnos a la imagen de Cristo. Así que, cuando sea necesario, que podamos enojarnos sin pecar y ser buenos, en lugar de ser malos y desagradables (Filipenses 2:13). Considera el patrón perfecto de Cristo: «quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:23).

John Sharpe
Traducido de Truth & Tidings
Usado con permiso

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